Hoy es San Fermín y en Burgos hace tanto frío como lo hizo el pasado San Valentín, todos nos quejamos del frío, y es que, he de reconocerlo, aquí rasca el frío más que en ningúno de los otros lugares donde me ha tocado vivir... sí, sí, incluso más que en Soria.
No sé si seguiré opinando así cuando vuelva de mi próximo destino: Bucarest... ya que las temperaturas son bastante extremas... y cuando digo extremas me refiero a -20 grados en invierno y +40 en verano. Sin embargo, no es el frío lo que echaré de menos, sino a mi madre interrumpiendo mis escritos nocturnos preguntándome si estoy haciendo exáctamente lo que le dije que iba a estar haciendo cuando me senté delante del ordenador. De lo contrario... ella pensará que estoy perdiendo el tiempo, como de costumbre, o quizá todo esto venga a cuento porque lo que ella quiere realmente es que me ponga a leer para que ella pueda hablar con sus colegas pintores del foro de amigos que desea pintar.
Tengo el miedo alrededor del cuerpo, no lo tengo metido dentro; intenta entrar cada vez que alguien me habla de los peligros, de los gitanos, de la mafia, de los perros, de los rubios, del idioma, del frío... y resulta curioso, que quizá cuando más fácil lo tenga el miedo para entrar en mi cuerpo es cuando en mi interior me imagino a mi misma con un tacón atrapado en una calle de Bucarest mientras me dirijo al encuentro con un importador que ni siquiera yo sé cómo conseguir o dónde encontrar. Sin embargo, algo me dice que conseguiré diez importadores de moda para traerlos a la semana de la moda de Burgos... ahí queda esto... las palaras se las lleva el viento... y si no se las lleva porque están escritas, quizá las tenga que borrar yo para el día del Pilar...
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